El Santo Grial
El Santo Grial
Era un tórrido día de verano. Un fraile sorteaba los trigales caminando con paso lento y sosegado bajo las encinas y enebros que delimitaban la vereda que bordeaba el escuálido riachuelo ya de vuelta al viejo caserón donde habitaba y que, adosado a la iglesia románica presidía la plaza principal del pueblo. De pronto, decidió detenerse en un recodo del mismo para saciar su sed y refrescarse los pies. Al agacharse a beber tuvo un gran sobresalto al ver reflejada en el agua la imponente figura de un caballero con reluciente armadura montado en un blanco corcel. Se dio media vuelta y, perdiendo la estabilidad, cayó de espaldas en el agua. Se quedó paralizado cuando vio que el caballero, despojándose del casco, le dijo:
-Buen fraile, ¿podéis decirme si voy bien a Roma?
El fraile seguía paralizado, sin poder articular palabra alguna.
-Os preguntaba si voy bien para ir a Roma -repitió con un tono más elevado el caballero.
El fraile empezó a reaccionar y balbuceando le contestó:
-Perdonadme, señor, pero es que me habéis dado un susto de muerte.
-No temáis, buen fraile, pues soy hombre de paz -le contestó el caballero.
-Pues por lo que sé todos los caminos llevan a Roma -respondió el fraile, ya más sosegado y al tiempo que se levantaba.
-¡Vaya, otro listillo! -respondió con tono jocoso el caballero.
-Pues eso es lo que siempre se ha dicho -le dijo el fraile.
-Pues de eso nada, porque llevo varias jornadas dando más vueltas que un molino haciendo caso al dicho, y ya me veis.
-¿Qué os lleva a Roma, buen caballero? -preguntó el fraile.
En aquel momento el caballero desmontó del caballo, apoyó su rodilla derecha en el suelo y, bajando la cabeza, contestó:
-El más alto y noble de los destinos de un caballero. Voy en busca del Santo Grial.
El fraile se santiguó tres veces y aproximándose al caballero le dijo:
-¡Cuánta razón tenéis! No hay destino más noble para un caballero que dedicar su vida a la búsqueda del cáliz de la Santa Cena.
-Así es y será por los siglos de los siglos -dijo en voz baja el caballero.
-Amén -respondió el fraile-. Mas, señor, ¿quién os dijo que el Grial podría estar en Roma?
-Nadie, pero por algún sitio hay que empezar, digo yo -contestó el caballero mientras se ponía de pie con cierta dificultad, pues se le había cruzado la espada entre las piernas.
Hubo entre ellos unos minutos de un silencio sepulcral, cuando de repente...
-¡Aleluya! -gritó en aquel momento el fraile-. Sabed que aunque Dios aprieta no suele ahogar y a vos os ha iluminado con su gracia y os ha traído al lugar preciso para que veáis recompensados vuestros sufrimientos. ¡Aleluya!
El caballero, con cara de sorpresa, dijo:
-No entiendo nada, no sé qué queréis decir con vuestras palabras y alabanzas.
-Vuestra búsqueda ha terminado, pues sabed que el Santo Grial está aquí -dijo el fraile.
-¿Aquí? -preguntó el caballero con voz temblorosa.
-Sí, aquí. ¿Veis aquel pequeño campanario?
-Sí, sí lo veo -dijo el caballero sin salir de su asombro.
-Pues sabed que allí guardamos desde hace siglos el Santo Grial, y que, según está escrito, llegará un noble y piadoso caballero montado en un corcel blanco, al que se lo tendremos que entregar para que él lo muestre al mundo. ¡Aleluya! La profecía se ha cumplido.
El fraile y el noble caballero se dirigieron muy pausadamente hacia la iglesia. Entraron. Una vez dentro, el fraile desapareció por una pequeña puerta, no sin antes advertir al caballero que le esperara. Al cabo de un cierto tiempo, cuando el caballero ya empezaba a desesperar, apareció de nuevo el fraile, vestido con todas sus galas y portando en su mano una especie de vasija de barro en forma de cáliz. El caballero, en aquel instante, cayó de rodillas y con lágrimas en los ojos gritó:
-Dios me ha bendecido con su gracia.
El fraile hizo que se levantara al tiempo que le entregaba el Grial.
-Id ahora en paz y mostrádselo al mundo.
El caballero lo asió con sus dos temblorosas manos y dijo:
-Pedidme lo que queráis, decidme lo que puedo hacer por vos.
-Haced buen uso de él. Mostradlo a las gentes, predicad la paz y haced caridad a los pobres.
El caballero se dio media vuelta y muy lentamente se fue hacia la puerta de salida. Ya fuera, se le acercó un harapiento mendigo pidiéndole limosna. El caballero, entonces, de su cintura descolgó una bolsa repleta de monedas y se las entregó al pobre diciéndole:
-Tomadlas todas, pues yo tengo ahora el mayor tesoro del mundo.
Y montando en su caballo, se alejó hacia el horizonte. El mendigo entró entonces en la iglesia, donde le esperaba el fraile.
-Con este ya son seis los caballeros que llevamos este mes, a este paso no sé a dónde vamos a llegar. Como un día se den cuenta, tendremos que salir por pies.
-Podéis estar tranquilo, la búsqueda del Grial es una constante en todos los seres humanos; nosotros lo único que hacemos es alentar esa utopía, darle forma... y las maravillas que se le atribuyan al mismo, ya saldrán de ellos mismos. Ahora, id preparando otras seis vasijas como las anteriores y dejad los negocios en mis manos, que por lo que sé, hay todavía unos cuantos caballeros rondando cerca de aquí.
-Buen fraile, ¿podéis decirme si voy bien a Roma?
El fraile seguía paralizado, sin poder articular palabra alguna.
-Os preguntaba si voy bien para ir a Roma -repitió con un tono más elevado el caballero.
El fraile empezó a reaccionar y balbuceando le contestó:
-Perdonadme, señor, pero es que me habéis dado un susto de muerte.
-No temáis, buen fraile, pues soy hombre de paz -le contestó el caballero.
-Pues por lo que sé todos los caminos llevan a Roma -respondió el fraile, ya más sosegado y al tiempo que se levantaba.
-¡Vaya, otro listillo! -respondió con tono jocoso el caballero.
-Pues eso es lo que siempre se ha dicho -le dijo el fraile.
-Pues de eso nada, porque llevo varias jornadas dando más vueltas que un molino haciendo caso al dicho, y ya me veis.
-¿Qué os lleva a Roma, buen caballero? -preguntó el fraile.
En aquel momento el caballero desmontó del caballo, apoyó su rodilla derecha en el suelo y, bajando la cabeza, contestó:
-El más alto y noble de los destinos de un caballero. Voy en busca del Santo Grial.
El fraile se santiguó tres veces y aproximándose al caballero le dijo:
-¡Cuánta razón tenéis! No hay destino más noble para un caballero que dedicar su vida a la búsqueda del cáliz de la Santa Cena.
-Así es y será por los siglos de los siglos -dijo en voz baja el caballero.
-Amén -respondió el fraile-. Mas, señor, ¿quién os dijo que el Grial podría estar en Roma?
-Nadie, pero por algún sitio hay que empezar, digo yo -contestó el caballero mientras se ponía de pie con cierta dificultad, pues se le había cruzado la espada entre las piernas.
Hubo entre ellos unos minutos de un silencio sepulcral, cuando de repente...
-¡Aleluya! -gritó en aquel momento el fraile-. Sabed que aunque Dios aprieta no suele ahogar y a vos os ha iluminado con su gracia y os ha traído al lugar preciso para que veáis recompensados vuestros sufrimientos. ¡Aleluya!
El caballero, con cara de sorpresa, dijo:
-No entiendo nada, no sé qué queréis decir con vuestras palabras y alabanzas.
-Vuestra búsqueda ha terminado, pues sabed que el Santo Grial está aquí -dijo el fraile.
-¿Aquí? -preguntó el caballero con voz temblorosa.
-Sí, aquí. ¿Veis aquel pequeño campanario?
-Sí, sí lo veo -dijo el caballero sin salir de su asombro.
-Pues sabed que allí guardamos desde hace siglos el Santo Grial, y que, según está escrito, llegará un noble y piadoso caballero montado en un corcel blanco, al que se lo tendremos que entregar para que él lo muestre al mundo. ¡Aleluya! La profecía se ha cumplido.
El fraile y el noble caballero se dirigieron muy pausadamente hacia la iglesia. Entraron. Una vez dentro, el fraile desapareció por una pequeña puerta, no sin antes advertir al caballero que le esperara. Al cabo de un cierto tiempo, cuando el caballero ya empezaba a desesperar, apareció de nuevo el fraile, vestido con todas sus galas y portando en su mano una especie de vasija de barro en forma de cáliz. El caballero, en aquel instante, cayó de rodillas y con lágrimas en los ojos gritó:
-Dios me ha bendecido con su gracia.
El fraile hizo que se levantara al tiempo que le entregaba el Grial.
-Id ahora en paz y mostrádselo al mundo.
El caballero lo asió con sus dos temblorosas manos y dijo:
-Pedidme lo que queráis, decidme lo que puedo hacer por vos.
-Haced buen uso de él. Mostradlo a las gentes, predicad la paz y haced caridad a los pobres.
El caballero se dio media vuelta y muy lentamente se fue hacia la puerta de salida. Ya fuera, se le acercó un harapiento mendigo pidiéndole limosna. El caballero, entonces, de su cintura descolgó una bolsa repleta de monedas y se las entregó al pobre diciéndole:
-Tomadlas todas, pues yo tengo ahora el mayor tesoro del mundo.
Y montando en su caballo, se alejó hacia el horizonte. El mendigo entró entonces en la iglesia, donde le esperaba el fraile.
-Con este ya son seis los caballeros que llevamos este mes, a este paso no sé a dónde vamos a llegar. Como un día se den cuenta, tendremos que salir por pies.
-Podéis estar tranquilo, la búsqueda del Grial es una constante en todos los seres humanos; nosotros lo único que hacemos es alentar esa utopía, darle forma... y las maravillas que se le atribuyan al mismo, ya saldrán de ellos mismos. Ahora, id preparando otras seis vasijas como las anteriores y dejad los negocios en mis manos, que por lo que sé, hay todavía unos cuantos caballeros rondando cerca de aquí.
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